EL CUENTO DEL CABALLO POLIPLOIDE (Gregory Bateson, 1997 : 67, 68 )
Cuentan que los del premio Nobel siguen sintiéndose molestos cuando alguien menciona los caballos poliploides. Sea como fuere, lo cierto es que el doctor P. U. Posif, el gran genetista de Erewhon, obtuvo su premio a fines de la década de 1980 por zangolotear con el ácido desoxirribonucleico del caballo de carro común (Equus caballus). Se dijo que hizo una gran contribución a la ciencia de la transportología, que estaba entonces en sus comienzos. De todos modos, le dieron el premio por crear -ninguna otra palabra le cuadraría a un fragmento de ciencia aplicada que tanto se acerca a usurpar el papel de la divinidad- por crear, digo, un caballo cuyo tamaño es exactamente el doble que el del Clydesdale ordinario. El doble de largo, el doble de alto y el doble de ancho. Era un poliploide, con un número de cromosomas cuatro veces mayor que el habitual. P. U. Posif siempre sostuvo que en una época, cuando este maravilloso animal todavía era potrillo, podía pararse sobre sus cuatro patas. ¡Qué espléndido espectáculo debe haber sido! Empero, cuando fue presentado ante el público para ser registrado mediante todos los artefactos comunicacionales de la civilización moderna, el caballo no se tenía en pie. Era; en una palabra, demasiado pesado. Por supuesto, pesaba ocho veces lo que un Clydesdale normal. En el caso de presentaciones ante el público o ante los medios de difusión, el doctor Posif insistía siempre en interrumpir el chorro de agua que permanentemente debía arrojársele para mantener la temperatura de la bestia en el nivel normal de los mamíferos. Sin embargo, nosotros temíamos siempre que sus partes más internas entraran en cocción. Después de todo, la piel y la grasa dérmica del pobre animal eran de doble grosor que lo corriente, y la superficie de su cuerpo sólo era cuatro veces la de un caballo normal, motivo por el cual no podía refrigerarse de manera apropiada. Cada mañana, el caballo era alzado con ayuda de una pequeña grúa y suspendido, en una suerte de jaula sobre ruedas, encima de unos resortes ajustados de modo tal que las patas sólo tuvieran que soportar la mitad de su peso. El doctor Posif solía decir que el animal era de descollante inteligencia. Desde luego, el peso de su cerebro era ocho veces mayor que el de cualquier otro equino, pero jamás pude ver que se interesase por cuestiones más complejas que las que inquietan a los demás caballos. Tenía muy poco tiempo libre, atareado con esto o estotro -siempre estaba jadeando, en parte para mantenerse fresco y en parte para oxigenar su cuerpo ocho veces mayor: la superficie de su gaznate, en un corte trasversal, no era sino cuatro veces la normal-. Y después estaba el problema de la comida. De un modo u otro, debía comer diariamente ocho veces la cantidad de comida que dejaría satisfecho a un caballo normal, y todo ese alimento debía ser introducido en un esófago que sólo tenía cuatro veces el diámetro normal. También los vasos sanguíneos eran comparativamente reducidos, lo cual dificultaba la circulación y sometía al corazón a un esfuerzo adicional.
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